relatos olvidados

Relatos olvidados (Vol. 5)

Llegamos a la quinta entrega de los relatos abisales de La caricia del gato negro. Dos historias publicadas hace tiempo y ocultas bajo varios clics en el botón “entradas antiguas”. Hoy toca buscar las grietas a dos sacrosantas instituciones: los amigos y la madre.

 

Para bien o para mal

Para bien o para mal

Siete tenedores solitarios y siete cucharas acompañadas por otros tantos cuchillos. Todos convenientemente distribuidos. La mesa ya está preparada. Copas de vino y de agua vacías. Varias botellas del mejor Ribera del Duero que he podido encontrar además de un Marqués de Riscal verdejo, afrutado, perfecto para el marisco recién cocido, despedazado y servido.

He invitado a cenar a mis mejores amigos, los de siempre. Sin parejas, sin hijos, sólo ellos y yo. He escogido el menú tratando de agradar a todos. He cocinado unas zamburiñas. Sí, Iván las odia, pero para compensar le he preparado unas croquetas de jamón y boletus.

Siempre han estado conmigo, así son los amigos, para bien o para mal… (seguir leyendo)

 

 

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Adiós mamá

Al despertar, el olor dulzón a ron mezclado con tabaco le anuncia que ella está cerca. Simula estar dormido, pero no puede engañarla: es su madre.

—Hola rata —Así es como le gusta llamar a su hijo.

Se incorpora. Ella está sentada en la mecedora junto a la cama. Con suaves movimientos bajo las frazadas se va alejando de ella, acercándose poco a poco al borde opuesto. Busca separarse a más de un brazo de distancia. Ella lo sabe.

—Te vas a caer, ven con tu mami… (seguir leyendo)

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Relatos olvidados (Vol. 4)

Llegamos al cuarto fascículo de los relatos olvidados —bajo líneas y líneas de scroll— en el mar de entradas de La caricia del gato negro. Hoy he decidido saltarme el orden cronológico y rescatar, para quienes no los hayáis leído y para quienes queráis repetir, dos relatos navideños. Bueno, no exactamente navideños, pero sí invernales. Al menos el primero de ellos, en el que nieva mucho. por dentro y por fuera, sobre la desprotección y desnudez de la incógnita existencial. El segundo trata la Navidad de un modo tangencial, jugando al paralelismo entre el personaje principal del propio relato y el protagonista de un clásico del cine ambientado en estas fechas que se nos echan encima. Sentaos junto a vuestra chimenea de piedra o en el sillón de vuestro piso de 40 metros cuadrados, envueltos en muchas mantas para ahorrar en radiadores y estufas, y leed primero la historia del invierno de Amadeo y su frío que da calor. Y después el relato de Hugo y las nefastas consecuencias de la aplicación de la filosofía de moda que basa su ideario en la máxima “no te quejes que por lo menos tienes trabajo”.

 

La pregunta

Los copos blancos bailaban en un descenso caótico. Amadeo había presenciado innumerables veces esa estampa desde la ventana del dormitorio de su pazo de Cotobade. Antes, a pesar de augurar meses difíciles, la llegada de las primeras nieves era siempre ocasión para el regocijo compartido y, también, motivo de chanzas y juegos de palabras destinados a su mujer. “El frío que da calor”, decía ella, restando importancia a las bromas mientras observaba maravillada a través de la ventana.

Ocho años atrás sus hijos habían reconvertido el primer piso de la casa en un hotel rural. Aunque añoraba… (seguir leyendo)

 

Una buena persona

Hugo se tragó  con desgana la lasaña precocinada. Después recogió la mesita de la sala mientras pensaba en la conversación que había tenido con su jefe antes de salir del trabajo:

—Mañana a la tarde llega mi suegra, yo tengo una reunión, así que tendrás que ir tú a recogerla al aeropuerto. No te olvides de cubrir los asientos del coche, vendrá con los dálmatas.

—Claro señor Antúnez, yo me ocupo —contradiciendo a sus amables palabras, las manos Hugo eran puños dentro de los bolsillos del pantalón.

Limpió la vajilla acumulada durante varios días. Recordó lo diferentes que eran los fregados cuando vivía con Mónica. Era… (seguir leyendo)

 

Relatos olvidados (Vol. 3)

Volvemos con una nueva entrega de esos relatos que publiqué hace años y que, para muchas de las personas que me leéis desde no hace tanto tiempo, han quedado en el olvido, enterrados bajo las nuevas publicaciones y relatos. Para que no tengáis que sufrir en vuestras carnes la odisea descendente hacia el inframundo de las entradas antiguas, las rescato aquí, como hice en las dos entregas anteriores, Relatos olvidados (Vol. 1) y Relatos olvidados (Vol. 2).

Hoy os presento “La sutura perfecta”: un relato sobre lo difícil que resulta enterrar la culpa y el coste que puede tener intentarlo a la desesperada. Y “Dos días”: o cómo juntar en una historia el refranero popular y el fin del mundo.

 

La sutura perfectaLA SUTURA PERFECTA

Ramón despertó sobresaltado, había escuchado un golpe seco en el exterior, al otro lado de la ventana de la habitación. Se giró hacia la mesilla y observó los dígitos rojos que flotaban en la oscuridad: eran las dos menos diez de la madrugada. Pensó que se trataba de un sueño y trató de seguir durmiendo. Después de unos minutos de marejada de sabanas y mantas, decidió salir a mirar.

 Accedió al pequeño jardín rodeado por el muro de cemento. Lo que observó a continuación le aceleró la respiración. A menos de dos metros de la fachada, bajo la luz de la intermitente farola, había una bolsa negra de al menos dos metros de longitud. Era de un plástico resistente y tenía una cremallera en la parte superior de la que tiró tras un instante de duda. Observó el contenido y… (seguir leyendo)

 

DOS DÍASDos días_Imagen refranes

Fue conocida la gente de Villarrefrán por su ingenio y agudeza. No menos conocidos fueron por la mansedumbre y el pulcro respeto por las leyes. Se dice que cumplían con escrúpulo los mandatos municipales, o cualquier directriz que fuese o pareciese ser emitida desde cierta autoridad. Era también gente de poca discreción: uno podía decir, en aparente intimidad, algo que unos minutos después era tema de conversación en la plaza del pueblo o en el bar de Manolo.

Un día el notario le dijo a un cliente: “Ten cuidado con lo que deseas. Podría hacerse realidad”. Fue a partir de ese momento cuando comenzaron a suceder los hechos que se narran… (seguir leyendo)

Relatos Olvidados (Vol. 2)

Nueva entrega con relatos de los inicios del blog. Dos historias perdidas en el tiempo (como lágrimas en la lluvia), cuando La caricia del gato negro no tenía tantos seguidores. Otra oportunidad para leer (o releer) algunos de aquellos trabajos que considero rescatables a pesar de su juventud (y mi inexperiencia).

Si os perdisteis la primera entrega, «Relatos olvidados (Vol. 1)», podéis acceder pinchando aquí.

Hoy, un microrrelato erótico y una historia de guerra, supervivencia y huellas apenas perceptibles entre generaciones.

 

 

Imagen_Relatos olvidados (Vol. 2)ÁREA DE DESCANSO

Era un día lluvioso en la autopista entre Zaragoza y Logroño. Ella disfrutaba de cada curva y no dejaba de jugar con la palanca de cambios. El cinturón de seguridad le molestaba, pero no quería correr riesgos. La carretera estaba cada vez más húmeda, y la goma resbalaba a ratos con el piso produciendo en ella una vertiginosa sensación de pérdida del control.

Después de un tramo sinuoso y lleno de cambios de rasante, ascendió una gran pendiente cuyo final parecía no llegar. Hacía fuerza con brazos y piernas, como si quisiera acelerar la llegada. Poco a poco alcanzaba… (seguir leyendo)

 

 

sergei-mon-amourSERGEI, MON AMOUR

La nieve no cesaba. Solo el rojo rompía, impertinente, el predominio del blanco. Había empezado a anochecer y Sergei se resguardaba junto a tres cadáveres aún calientes. Llevaba seis días apostado en el antiguo edificio de correos, del que solo quedaban tres paredes y medio techo. Sus hermanas mayores, Olga e Irina murieron sirviendo en las defensas antiaéreas de Stalingrado. Él intentó huir de la ciudad al principio, pero Stalin había dado la orden de no dejar salir a los civiles. Cuando la batalla se intensificó en las calles de la ciudad, organizó una huida con varios compañeros. Todos, excepto él murieron aquella mañana tras un bombardeo. Se había quedado solo y aislado en zona enemiga.

Cuando los cuerpos que le rodeaban se enfriaron, los alejó y se recostó haciéndose una bola. El frío y la fuerte tos solo le dejaron descansar unos minutos. Al despertar, observó preocupado un charco rojo bajo su boca. Llevaba tres días tosiendo sangre y casi no podía respirar. Se limpió y… (seguir leyendo)