escritura

Relatos olvidados (Vol. 6). Especial de Navidad

Ya estamos aquí otra vez. La elipse vuelve al origen y el portal para la transición numérica abre su paso. Procedemos a traspasarlo —a no ser, claro está,  que una uva se nos atragante o la detonación de un petardo nos haga tomar el otro camino en la bifurcación—.

En cualquier caso no hay uva ni mamarracho pirotécnico que pueda evitar que el ciclo orbital se complete poniendo el punto y seguido —punto y final en los casos alternativos antes mencionados— a nuestra historia. Para despedir este capítulo de doce meses y, a falta de nuevos relatos —que llegarán—, recuperamos un entrañable cuento navideño al más puro estilo de La caricia del gato negro. La mosca muere sola.

O no.

Aunque el tono habitual de esta bitácora nos ponga difícil aquello de transmitir buenos augurios, La caricia del gato negro os desea un grato cambio de dígitos, libre de uvas malintencionadas y de genocidas en potencia con olor a fuegos de artificio.

Urte berri on!

Feliz 2020.

¡¡¡Groenlandia!!!

Firmado: El gato negro y su fiel servidor.

 

La mosca muere sola 1La mosca muere sola

El débil sol de invierno se ha escondido tras la colina y, desde la ventana, alguien observa los copos blancos, iluminados por los primeros destellos intermitentes de las farolas. Mira hacia la estrecha vía de hormigón que lleva a la casa y en cuya linde la hierba luce tupida excepto en la superficie donde descansa su furgoneta. Detrás de esta, en un área de similares medidas, las briznas están empezando a crecer.

Mira la televisión y un anuncio publicitario le recuerda —como si pudiera olvidarlo— que es Navidad. Piensa en lo rápido que… (seguir leyendo)

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Relatos olvidados (Vol. 4)

Llegamos al cuarto fascículo de los relatos olvidados —bajo líneas y líneas de scroll— en el mar de entradas de La caricia del gato negro. Hoy he decidido saltarme el orden cronológico y rescatar, para quienes no los hayáis leído y para quienes queráis repetir, dos relatos navideños. Bueno, no exactamente navideños, pero sí invernales. Al menos el primero de ellos, en el que nieva mucho. por dentro y por fuera, sobre la desprotección y desnudez de la incógnita existencial. El segundo trata la Navidad de un modo tangencial, jugando al paralelismo entre el personaje principal del propio relato y el protagonista de un clásico del cine ambientado en estas fechas que se nos echan encima. Sentaos junto a vuestra chimenea de piedra o en el sillón de vuestro piso de 40 metros cuadrados, envueltos en muchas mantas para ahorrar en radiadores y estufas, y leed primero la historia del invierno de Amadeo y su frío que da calor. Y después el relato de Hugo y las nefastas consecuencias de la aplicación de la filosofía de moda que basa su ideario en la máxima “no te quejes que por lo menos tienes trabajo”.

 

La pregunta

Los copos blancos bailaban en un descenso caótico. Amadeo había presenciado innumerables veces esa estampa desde la ventana del dormitorio de su pazo de Cotobade. Antes, a pesar de augurar meses difíciles, la llegada de las primeras nieves era siempre ocasión para el regocijo compartido y, también, motivo de chanzas y juegos de palabras destinados a su mujer. “El frío que da calor”, decía ella, restando importancia a las bromas mientras observaba maravillada a través de la ventana.

Ocho años atrás sus hijos habían reconvertido el primer piso de la casa en un hotel rural. Aunque añoraba… (seguir leyendo)

 

Una buena persona

Hugo se tragó  con desgana la lasaña precocinada. Después recogió la mesita de la sala mientras pensaba en la conversación que había tenido con su jefe antes de salir del trabajo:

—Mañana a la tarde llega mi suegra, yo tengo una reunión, así que tendrás que ir tú a recogerla al aeropuerto. No te olvides de cubrir los asientos del coche, vendrá con los dálmatas.

—Claro señor Antúnez, yo me ocupo —contradiciendo a sus amables palabras, las manos Hugo eran puños dentro de los bolsillos del pantalón.

Limpió la vajilla acumulada durante varios días. Recordó lo diferentes que eran los fregados cuando vivía con Mónica. Era… (seguir leyendo)

 

La caricia del gato negro: año 3

Queridos lectores, en unas pocas horas celebraremos el tercer aniversario del inicio de esta épica misión disfrazada de blog literario. Cerca ya de convertirnos en todo un lobby, tengo el placer de daros la noticia que lleváis tres años esperando.

Por fin, China.

Así es, después de tres años de estrategia para atraer al gigante asiático a nuestra zona de influencia, ha ocurrido. El pasado 8 de octubre algún incauto habitante de dicho país entró en contacto con nuestro blog. Es de suponer que esto se deba a las miguitas de pan que, de forma no aleatoria ni gratuita, dejé en el camino en la publicación La caricia del gato negro. Año Dos. En aquel texto introduje varias palabras clave que supuse podrían ser buscadas desde el país asiático, incluida la leyenda de Li Hi Tan, que explica la tensa relación entre China y los gatos negros. Al hacer esa pequeña fisura en el muro de dicha animadversión, hemos dado un paso, pequeño para los dedos que teclean pero grande para la humanidad: desde el pasado 8 de octubre, las visitas desde dicho país no han dejado de sucederse, tímidamente tal vez, pero en constante goteo. Una vez abierta esa puerta, el objetivo de este blog, de esta misión, se percibe más cerca que nunca. Ya sabéis, millones de visitas que garantizarán mi estelar carrera como escritor y, por tanto, la materialización de nuestro leitmotiv: “las presentaciones, charlas, galas, premios, poliamor, hedonismo, algún problema con la justicia por esconder fortunas en paraísos fiscales, conocer a mis ídolos (de los cuales en adelante yo seré ídolo),…”.

Pero no quiero limitarme al regodeo por la consecución del objetivo principal que en La caricia del gato negro nos habíamos propuesto un año atrás. Hay otros logros de los que sentirnos orgullosos. Damos la bienvenida a nuestra bitácora a Corea del Sur. Obviamente de cara al próximo año, sus vecinos del norte están invitados a formar parte de la familia. Es más, ahora que tienen buen rollito, La caricia del gato negro, se presta como tierra de nadie virtual para que puedan seguir limando asperezas.

Por otro lado, paso a comunicaros el resto de nuevas y flamantes adquisiciones de este fructífero 2018: Nueva Caledonia, Chipre, Bután, Sri Lanka, Israel.

En la siguiente imagen podéis ver cómo queda el mapa de nuestro (mi) mundo a día de hoy: (más…)

La mosca muere sola

La mosca muere sola 1El débil sol de invierno se ha escondido tras la colina y, desde la ventana, alguien observa los copos blancos, iluminados por los primeros destellos intermitentes de las farolas. Mira hacia la estrecha vía de hormigón que lleva a la casa y en cuya linde la hierba luce tupida excepto en la superficie donde descansa su furgoneta. Detrás de esta, en un área de similares medidas, las briznas están empezando a crecer.

Mira la televisión y un anuncio publicitario le recuerda —como si pudiera olvidarlo— que es Navidad. Piensa en lo rápido que crece la hierba mientras juguetea con la mano en el bolsillo de la bata.

Estira el brazo tratando de cambiar de canal, golpea el mando pero el aparato no responde. Ningún niño con jersey de lana decorado con cohetes espaciales se ofrece voluntario para acercarse a los botones del televisor. Se rinde, está dispuesto a soportar los minutos comerciales antes de que continúe la película. Siempre le ha enternecido la insistencia del personaje de James Stewart en anteponer las necesidades de los demás a sus propios deseos.

Está a punto de precipitarse en la acogedora oscuridad cuando siente una leve caricia recorriéndole la boca. No es el roce familiar y sensual de esa persona capaz de perdonar tus pecados y transformar la penitencia en éxtasis. Se trata más bien de un toque frío y extraño (más…)

El punto final

El punto final 2Mi nombre es Ulises, soy tan joven que mi vida podría contarse en quince palabras, en un párrafo de apenas dos líneas, o en una frase de unas ciento treinta letras.

Siento la necesidad de conocer a mi padre. La idea ha surgido de la nada, como si, involuntariamente, le hubiese arrebatado ese deseo a otra persona. O como si esa persona hubiese proyectado su anhelo en mí.

No sé muy bien dónde buscar. Estoy en medio de un paraje sin principio ni fin, rodeado de árboles formados por símbolos que no comprendo. Camino por un sendero blanco en este extraño bosque creciente. El cielo es del mismo color níveo que el suelo que piso. Mi cuerpo es pequeño y está cubierto por una capa llena de esos símbolos incomprensibles. Y también de tachones.

Sigo caminando hasta que veo a alguien. Es un anciano encorvado que se mantiene en pie gracias a un bastón mellado. Me acerco y observo su frente: está cubierta por pequeñas olas de piel que se mueven despacio pero de manera visible. Cuando me acerco lo suficiente escucho una frágil voz.

—Hola joven, ¿tú también le buscas?

—Creo que (más…)

Jesús de Nazaré

Jesus de Nazaré

El desconocido estaba sobre ella. Se movía despacio pero con firmeza. Con cada empujón ella sentía un mayor placer. Al borde del éxtasis, todo se volvió confuso. El hombre desapareció.

Aquella mañana sor Isabel despertó entre sudores. Los muslos le ardían y apretaba las piernas una contra otra.  Sintió una mano que la zarandeaba.

—Despierta hermana —susurró una débil voz de mujer. Era sor Margarita—, mañana tendrás que volver a confesarte.

—Descuida, mañana visitaré el confesionario.

Trató de dormir, pero un pensamiento no la dejaba tranquila. Cada vez se repetía con mayor frecuencia aquel sueño. Siempre era el mismo hombre. No le conocía. Se preguntaba si sería el muchacho de la estación de autobuses. Hacía diez años de aquello: aún no contaba con la mayoría de edad y estaba realizando el viaje que la llevaría al convento de las Siervas de María, tal y como sus padres decidieron. El periplo hacia el norte era largo y en un descanso que hicieron para comer, aquel joven la engatusó y la llevó a una casa abandonada cerca del área de servicio. Había oído que la primera vez siempre dolía. Ojala hubiera sido así.

Durante los años que estuvo en el convento, se esforzó por redimir aquel acto (más…)