Erótico

Relatos Olvidados (Vol. 2)

Nueva entrega con relatos de los inicios del blog. Dos historias perdidas en el tiempo (como lágrimas en la lluvia), cuando La caricia del gato negro no tenía tantos seguidores. Otra oportunidad para leer (o releer) algunos de aquellos trabajos que considero rescatables a pesar de su juventud (y mi inexperiencia).

Si os perdisteis la primera entrega, «Relatos olvidados (Vol. 1)», podéis acceder pinchando aquí.

Hoy, un microrrelato erótico y una historia de guerra, supervivencia y huellas apenas perceptibles entre generaciones.

 

 

Imagen_Relatos olvidados (Vol. 2)ÁREA DE DESCANSO

Era un día lluvioso en la autopista entre Zaragoza y Logroño. Ella disfrutaba de cada curva y no dejaba de jugar con la palanca de cambios. El cinturón de seguridad le molestaba, pero no quería correr riesgos. La carretera estaba cada vez más húmeda, y la goma resbalaba a ratos con el piso produciendo en ella una vertiginosa sensación de pérdida del control.

Después de un tramo sinuoso y lleno de cambios de rasante, ascendió una gran pendiente cuyo final parecía no llegar. Hacía fuerza con brazos y piernas, como si quisiera acelerar la llegada. Poco a poco alcanzaba… (seguir leyendo)

 

 

sergei-mon-amourSERGEI, MON AMOUR

La nieve no cesaba. Solo el rojo rompía, impertinente, el predominio del blanco. Había empezado a anochecer y Sergei se resguardaba junto a tres cadáveres aún calientes. Llevaba seis días apostado en el antiguo edificio de correos, del que solo quedaban tres paredes y medio techo. Sus hermanas mayores, Olga e Irina murieron sirviendo en las defensas antiaéreas de Stalingrado. Él intentó huir de la ciudad al principio, pero Stalin había dado la orden de no dejar salir a los civiles. Cuando la batalla se intensificó en las calles de la ciudad, organizó una huida con varios compañeros. Todos, excepto él murieron aquella mañana tras un bombardeo. Se había quedado solo y aislado en zona enemiga.

Cuando los cuerpos que le rodeaban se enfriaron, los alejó y se recostó haciéndose una bola. El frío y la fuerte tos solo le dejaron descansar unos minutos. Al despertar, observó preocupado un charco rojo bajo su boca. Llevaba tres días tosiendo sangre y casi no podía respirar. Se limpió y… (seguir leyendo)

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Jesús de Nazaré

Jesus de Nazaré

El desconocido estaba sobre ella. Se movía despacio pero con firmeza. Con cada empujón ella sentía un mayor placer. Al borde del éxtasis, todo se volvió confuso. El hombre desapareció.

Aquella mañana sor Isabel despertó entre sudores. Los muslos le ardían y apretaba las piernas una contra otra.  Sintió una mano que la zarandeaba.

—Despierta hermana —susurró una débil voz de mujer. Era sor Margarita—, mañana tendrás que volver a confesarte.

—Descuida, mañana visitaré el confesionario.

Trató de dormir, pero un pensamiento no la dejaba tranquila. Cada vez se repetía con mayor frecuencia aquel sueño. Siempre era el mismo hombre. No le conocía. Se preguntaba si sería el muchacho de la estación de autobuses. Hacía diez años de aquello: aún no contaba con la mayoría de edad y estaba realizando el viaje que la llevaría al convento de las Siervas de María, tal y como sus padres decidieron. El periplo hacia el norte era largo y en un descanso que hicieron para comer, aquel joven la engatusó y la llevó a una casa abandonada cerca del área de servicio. Había oído que la primera vez siempre dolía. Ojala hubiera sido así.

Durante los años que estuvo en el convento, se esforzó por redimir aquel acto (más…)

¿Quién no conocía a Carlota Black?

Carlota Black 2

No era una mujer de esas que te hace girar la cabeza al pasar a tu lado. Ni fea, ni guapa, su atractivo residía en cualidades bien distintas: era famosa y poseía una fortuna que la situaba entre las personas más ricas del país. En el vigésimo tercer lugar de la lista, para ser exactos.

No me gusta leer, pero había oído hablar de ella, ¿quién no conocía a Carlota Black? Era la escritora de aquella saga de vampiros que estaba arrasando en todo el mundo. La primera vez que supe de ella fue gracias a la portada de la Cosmopolitan: “La mujer de los colmillos de oro”, rezaba el titular sobre una foto en la que aparecía con una capa negra y un murciélago sobre el hombro.

Llevo un par de años intentando hacerme hueco. Me he presentado a varios castings: Ellos, ellas y viceversa, El ojo te ve o Busco novio para mis hijas. Nunca me han (más…)

En un parpadeo

En un parpadeoAgosto no es el mejor mes para disfrutar de las vacaciones. Todo es más caro, y las aglomeraciones pueden llegar a ser insoportables. Sin embargo, como cada año, estábamos eligiendo a la persona que debía quedarse manteniendo las constantes vitales de la empresa. Nadie quería ser elegido: pese a no ser un buen mes, en agosto resulta más fácil encajar planes con otras personas.

En esta ocasión tan solo éramos tres candidatos —los que, hasta el momento, nunca nos habíamos quedado en agosto—. Formábamos un triángulo rodeado por el resto de compañeros cuyas miradas, entre morbosas y sádicas, se centraban en los tres puños cerrados que marcaban el centro del círculo.

Las miradas comenzaron a bailar de un lado a otro, tratando de buscar las respuestas que nuestras manos y bocas ocultaban. En mi cabeza comenzaron a sonar las primeras notas de The ectasy of gold de Morricone. Hice mis elucubraciones con el objetivo de que ellos fuesen el feo y el malo. En el puño (más…)

Área de descanso

Imagen_Relatos olvidados (Vol. 2)Era un día lluvioso en la autopista entre Zaragoza y Logroño. Ella disfrutaba de cada curva y no dejaba de jugar con la palanca de cambios. El cinturón de seguridad le molestaba, pero no quería correr riesgos. La carretera estaba cada vez más húmeda, y la goma resbalaba a ratos con el piso produciendo en ella una vertiginosa sensación de pérdida del control.

Después de un tramo sinuoso y lleno de cambios de rasante, ascendió una gran pendiente cuyo final parecía no llegar. Hacía fuerza con brazos y piernas, como si quisiera acelerar la llegada. Poco a poco alcanzaba la cima al límite de sus revoluciones. Cuando coronó las alturas, su cuerpo se relajó y disfrutó de una suave y recta cuesta abajo.

En aquella área de descanso, ella y su acompañante, un autoestopista irlandés, se dieron cuenta entre jadeos de que se les había roto el preservativo.

Treinta años después, Álex, del equipo de mantenimiento de carreteras, detiene la mirada por unos instantes en cada área de descanso y maldice su pelo rojo. Lo hace cada día, desde que su madre le contara la verdad.

 

Andoni Abenójar