—Fue un harakiri limpio y completo —dijo Takeda a su señor—. Aquí tiene el cofre que desapareció anoche. En él introdujo su nota de despedida.
El señor leyó:
Las monedas de oro que llenaban el cofre ya no forman parte de tu fortuna. Son ahora el futuro de mi familia. Ellos tampoco te pertenecen; ni Yuriko ni los niños. Están lejos. Mucho más allá de tus fronteras. Que mi sangre sea el precio de la deshonra.
Las lágrimas se deslizaron por el rostro del señor. Los vasallos comprendieron la decepción de verse traicionado por su mejor samurái. Él, ajeno a la condescendencia que le rodeaba, acariciaba en su bolsillo el collar que ella rechazó.
Andoni Abenójar
Ilustración de Laura Abenójar