Fue conocida la gente de Villarrefrán por su ingenio y agudeza. No menos conocidos fueron por la mansedumbre y el pulcro respeto por las leyes. Se dice que cumplían con escrúpulo los mandatos municipales, o cualquier directriz que fuese o pareciese emitida desde cierta autoridad. Era también gente de poca discreción: uno podía decir, en aparente intimidad, algo que unos minutos después era tema de conversación en la plaza del pueblo o en el bar de Manolo.
Un día el notario le dijo a un cliente: “Ten cuidado con lo que deseas. Podría hacerse realidad”. Fue a partir de ese momento cuando comenzaron a suceder los hechos que se narran.
Al día siguiente el cura se cruzó con Huesos, el perro callejero. No recordaba que aquella pobre criatura estuviese tan plagada de pulgas. Ladraba mirándole con ojos suplicantes. “Pobre perro flaco” pensó “es todo pulgas”. Y siguió su camino.
En el sermón de aquel día, el sacerdote, soltó un categórico: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Damián, el ciego, tomó (más…)