Todos los días, Ana bailaba durante horas ante la despierta mirada de su gato. Llevaba años esforzándose por mejorar la técnica. Había tenido los mejores profesores: famosos bailarines y prestigiosos coreógrafos. Todo ello, por supuesto, a través de los vídeos que encontraba en internet. Salía de casa solo si era estrictamente necesario, y una vez al año, en navidad, cuando se juntaba con la familia para interpretar su papel de frágil muñeca por el que tantos elogios recibía.
Vivía en un piso cuya estancia de mayor tamaño usaba como lugar de ensayo. Los espejos de aquella sala eran los únicos en los que no veía reflejados sus asimétricos y enormes ojos, ni la cara de angulosos rasgos. (más…)